( p a p e r b a c k w r i t e r )

sábado, 11 de diciembre de 2010

Agujeros negros

Aunque las grandes multinacionales se empeñan en iniciar sus Navidades el 15 de noviembre, las mías siempre comenzarán el 8 de diciembre. Cuando era yo pequeña aprovechaba el puente de la Constitución para montar el belén, y esta costumbre ha podido más que cualquier calendario publicitario o litúrgico, incluso ahora que no tengo belén y las reuniones familiares son más bien raras. Antes del 8 de diciembre, las Navidades quedan lejos; después, ya están aquí. Guardo este sentimiento como un recuerdo de infancia, supongo. Y ya sabemos que los recuerdos son especialmente considerados en estas fechas.
Sí, parece apropiado hacer memoria en Navidad. Ya sea por las largas tardes en casa al calor de una infusión, un libro o una charla, ya sea porque decimos que aquí acaba un año y aquí empieza otro, se nos invita a recapitular. Acepto encantada: mi obsesión por narrar se nutre más de la memoria que de la imaginación. Mediante la repetición del ritual navideño podemos señalar qué ha cambiado en los últimos meses, en los últimos dos, siete, once años, construyendo con estas diferencias un relato que aspira a coherente. El propio ritual evoluciona. Cada alteración es una muesca en la pistola: puede erigirse en símbolo del cambio particular en cada uno o desencadenar una historia entera.

Neighbourhood #1 (TUNNELS) - Arcade Fire

Como decía, en esta época se agolpan tales signos, pero - sobre todo para un carácter memorioso como el mío - la vida cotidiana está también llena de pequeñas magdalenas de Proust. Pasar por una calle, oír una canción - la música actúa como una verdadera sustancia psicoactiva - o una frase, pueden evocar sucesos y emociones olvidados; a veces, la reminiscencia es tan vívida creemos volver allí, a aquel momento. Sonrío ante el viejo chiste, me río con el amigo que ya no está, me conmueve otra vez su historia, recupero la alegría por la buena noticia o la ilusión de la adolescente enamorada: el mundo perdido se levanta ante mis ojos. Sin embargo, no todos los recuerdos son buenos. También siento de nuevo el sabor agrio de la ira y el amargor de la decepción, remordimientos por los errores cometidos, el dolor ante la ofensa o la más pura tristeza. Me veo, inesperadamente, en un mundo fatalista poblado por fantasmas. Fantasmas que yo creí haber borrado de mi mente y que se obsetinan en retomar conversaciones ya mantenidas. La distancia histórica apenas los hace más débiles, pero sí más incontrolables: de ahí la brutal desazón que provocan tanto el arrepentimiento como el rencor, emociones estériles que surgen contra acontecimientos ya pasados. Contar la historia es justificar la emoción buscando su fuente desaparecida, y por eso resulta un alivio y por eso resulta un alivio efímero. Lo que pasó, pasó, y ya no puede ser de otro modo. De hecho, cada vez menos.
Todo este asunto me causa una grave sensación de impotencia. No se puede esperar vencer a los fantasmas: al menos, no a corto plazo. Tienen el desagradable (y freudiano) hábito de tornarse más insidiosos cuanto más rechazados se sienten. Sin ser mi primera opción, he de considerar la resignación y el perdón a mí misma y a todos los demás. No hay una definición clara de qué es perdonar, y tampoco de su relación con el olvido. ¿Es más fácil perdonar una vez has olvidado? ¿Sería acaso un perdón en el sentido estricto del término? No lo sé, y no es el caso; aun concediendo que toda memoria es selectiva, la afición por el relato me lleva a recordar, y recordar con intensidad incluso lo que preferiría olvidar. Los fantasmas son sombras de aquello que nos callamos a nosotros mismos, pero los fantasmas están ahí y se hacen oír, ¿cómo voy a perdonarlos? Todo lo contrario: discuto con ellos. Los fantasmas pueden arrastrar y obviamente esto implica desatender el presente que, al contrario que los inmutables fantasmas, aún aceptaría mi modesta influencia. Viajamos en el espacio-tiempo de manera radical, aunque no por ello menos imaginaria. El viaje es absolutamente insostenible: o nos dejamos absorber, o retomamos el aquí y el ahora.

STARLIGHT - Muse

Ah, pero no se puede echar a los fantasmas, no se dejan. El pasado también lo hicimos nosotros y los recuerdos conforman nuestra identidad, lo ha dicho ya mucha gente. Quiero creer que existe un punto medio en el que se vive el presente sin renunciar a los recuerdos, la nostalgia, el rencor y el arrepentimiento permanecen difuminadas al fondo. Gocé y sufrí, claro; reconozco que no puedo deshacer aquello por lo que gocé o sufrí. Así me he reconciliado con los fantasmas. Acepto su presencia e ignoro sus voces, en un frágil equilibrio que, ojalá, sea semejante al perdón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario