( p a p e r b a c k w r i t e r )

domingo, 13 de junio de 2010

Intermedio: saber mentir

Sí, estoy estudiando. Bastante. Llevo tres semanas inmersa en un mundo de místicos famélicos y clérigos orondos, todos con elevadísimas preocupaciones. A veces, pocas, se me ocurre una idea, y anoto en el cuaderno una frase suelta. No tengo tiempo para desarrollarla, me digo, y sigo estudiando.
Excepto hoy, día en el que, vaya usted a saber por qué, he abierto el cuaderno y he plantado un par de párrafos. Un respiro entre examen y examen, al hilo esta vez de ciertas conversaciones sobre literatura: construir un relato, conocer a los personajes... Cosas de universitarios culturetas. Y esto es lo que hay.

El inconveniente de observar al ser humano a través de las novelas es que uno se acostumbra a que las cosas ocurran en razón de la justicia poética. El destino de los personajes se ajusta a nuestros deseos inconscientes. El lector fanático infiere, por supuesto erróneamente, que su propia existencia obedece la misma regla sin contemplar la mala suerte o el capricho, cuando son éstas las pautas que con mayor frecuencia encontramos en lo que sucede a nuestro alrededor.
Por eso mismo, el escritor honesto aprende su oficio mirando a la gente tan bien o mejor que leyendo a los maestros. Es preciso que se aleje de la engañosa exactitud de la literatura para que intuya la naturaleza humana. Sin embargo, para mostrarnos lo que ha aprendido tendrá que adoptar algunos manierismos y extirpar de su historia aquellos elementos caóticos. En una buena novela, cada acontecimiento cumple su papel en el desarrollo y significado de la historia; al contrario que en el mundo real, todo pasa por y para algo. Tendrá, pues, que separar la paja del grano. La paja, en efecto, es lo que no responde a la trama, es decir: el capricho y la mala suerte, que desaparecen del texto en aras de la perfección, ya no sólo estilística, sino también moral. El autor tiene la responsabilidad ética de contar la verdad, pero nosotros sólo somos capaces de distinguirla en una narración estructurada donde el azar no provoque distracción ni trastorno. Es así como el cuento se sirve de la mentira para acercarse a la verdad, como sentenció Picasso, y no es sólo un juego de palabras. La paradoja permanece irresuelta.
Quizás alguien recuerde un libro, un relato, en el que viera reflejado el azar como fuerza primordial en nuestra existencia. A pesar de la disciplina dramática, la historia sucede porque sí, como la vida misma. ¿Es una paradoja o un milagro? ¿Se puede rebasar la barrera del lenguaje y decir, nada más y nada menos, lo que nos pasa cada día?