( p a p e r b a c k w r i t e r )

martes, 29 de diciembre de 2009

Las lágrimas de Peque

Ayer volví a ver Kill Bill vol. 2. He perdido la cuenta de las veces que he oído la flauta de David Carradine, los disparos en Two Pines, la voz sibilante de Elle Driver (que masca chicle como quien hace restallar el látigo), L’Arena de Morricone o el llanto de Beatrix Kiddo en un baño de un motel en Nuevo México.
¿Por qué es, al menos para mí, tan fascinante esta película? ¿Es porque trata de una venganza? Por qué no. Kill Bill es, desde su título, la historia de una mujer que se toma la justicia por su mano, según un razonamiento, la verdad, bastante simple: tú intentaste matarme y por eso yo te mataré. A partir de esta premisa, la película se nutre (también) de la violencia, y lo hace con gula y, desde luego, sin excusas. Pero la parte más exquisita de la venganza comienza cuando Beatrix llega a casa de Bill, espada en mano, aún imbuida de ira divina y por ello determinada a derramar hasta la última gota de sangre necesaria para resarcirse de la traición de su antiguo amante. Tarantino sabe que las cosas no son tan fáciles: si La Novia entrara y rebanara con tino la cabeza de Bill, regresaría a su vida ¿normal? tan vacía como el espectador. Aparte de la tan apreciada justicia, Beatrix busca a su hijo, a su bebé. Y eso es precisamente lo que encuentra antes de asestar el golpe definitivo, justo entre ella y Bill.
¿Qué hacer? Morir, así al menos puede ganar tiempo. De repente, la agresiva heroína deja caer las armas, podríamos decir que la leona se detiene en la caza para mirar a su cría. Mientras Beatrix se descubre como madre, el espectador contempla anonadado cómo el brutal asesino de inocentes, el encantador de serpientes, se convierte en un padre tierno y responsable. Incluso Beatrix se ablanda un segundo, por admiración o en agradecimiento, un recuerdo agridulce del pasado. No va a ser tan fácil.
Y, sin embargo, no duda. Ella ya conoce la ternura de Bill, el amor de Bill. Lo conoce como el fumador el sabor áspero de la nicotina. Ése es el problema… ¿O no? ¿O el problema es que Beatrix una vez quiso dejarlo? ¡Traición! Cuando Bill habla de Superman que se disfraza de Clark Kent, no dice en realidad que Beatrix sea una asesina nata, sino que lo ama a él, a Bill, por naturaleza. Lo ama inevitablemente, irremediablemente, contra su voluntad. Lo que no es mentira; y, si no, de qué un beso tan franco el día de la boda con otro hombre. Ese otro, el propietario de la tienda de discos en El Paso, no tiene nada que hacer contra la pasión absoluta y devoradora que (adivinamos) existió entre Bill y La Novia y que ahora éste reclama. Cuando sabe que está embarazada, Beatrix no huye de su profesión sino de Bill, porque ella sólo se debe a una persona, y ésta sólo puede ser su hijo. Beatrix y Bill se exigen sus corazones literal y metafóricamente. No hay sitio para un tercero: alguien tiene que morir.
Cuando Uma Thurman, ya como Mami, se muerde los puños, riendo y llorando sin hacer un solo ruido encerrada en un cuarto de baño, está asustada y maravillada por lo que ha hecho. Dice adiós a muchas cosas, a tantas (la juventud, el riesgo, Bill) y algunas quizá innombrables, que no vale la pena enumerarlas; cuando sale del cuarto, con esa sonrisa un poco rota en los labios, la metamorfosis se ha completado y ya es una madre para su hija. La leona se ha reunido con su cachorro, y todo va bien en la selva, remacha Tarantino (educado por madre soltera) con satisfacción. Se ha dicho que esta película es una declaración de amor a Uma Thurman, U, pero la declaración tiene doble filo. Ningún hombre poseerá nunca más a La Novia, eterna novia y nunca esposa, pues el amor de ella se reserva por siempre a B. B. No es por machismo (mejor, un feminismo de la excelencia, dirían los estudiosos), pues los hombres han de resignarse a no recibir ni ofrecer este amor maternal puro y auténtico. Bill muere con el corazón explosionado mientras se aleja de su amada Kiddo, que ya no es ni podrá ser nunca la muchacha a la que quiso tanto y que, al final, le traicionó.

P. D.: En el improbable caso de que Beatrix, mujer de acción, se sentara a analizar los motivos que la llevaron a matar al hombre de su vida, seguramente diría que era o él o yo. ¿O más bien Bill o su hija? Qué más da. Ella tuvo que elegir.