( p a p e r b a c k w r i t e r )

lunes, 18 de enero de 2010

El poder del amor

Yo quería ir al cine el viernes pasado, pero una estudiante tiene que ahorrar y además, bien lo sabemos, en enero no sobra precisamente el tiempo. Yo quería ver la recién estrenada La cinta blanca, de Michael Haneke (de la que ya tocará hablar), así que me fui a la biblioteca y saqué La pianista para calmar mi gula por historias turbulentas que se esconden tras imperturbables imágenes.
No la había visto, pero sí que leí el libro de Elfriede Jelinek, y por eso no me sorprendieron demasiado los “platos fuertes” de la película, ya sabéis, el peep-show, las cuchillas, el vaso roto, en fin. Muy buena adaptación, por cierto. No sé si Jelinek se pronunció sobre el film; a mi juicio, el estilo seco de su prosa se refleja muy bien en la manera de narrar de Haneke, y el espíritu más amargo que irónico se respira igual en ambas obras. Cruel Austria, qué sucederá en sus casas para que se quejen tanto sus hijos…
Volviendo a la patética historia de Erika Kohut, decía que recordaba tanto su represión como su masoquismo. También recordaba a la madre castradora y al bello y finalmente tarado Walter Klemmer. Erika Kohut inspira lástima, una lástima que de puro triste hace daño a su acreedor. Erika Kohut no puede ser una mujer porque su madre, que la trata alternativamente de niña y abuela (dos papeles pasivos por definición), se lo impide. Pero tampoco Walter Klemmer le permite esa mínima autonomía que, para ella, significan las fantasías masoquistas. Oh, no, argüirán los ortodoxos compasivos, Klemmer no consiente tales prácticas por patológicas: ¡en realidad rechaza a Erika y su doloroso mundo por el propio bien de ella!
Este punto de vista me parece interesante. Es obvio que Haneke y Jelinek lanzan un escupitajo ensangrentado a la arrugada cara de la represión, tan vieja y amargada. Sin embargo, ahí está Walter Klemmer, bienintencionado, dispuesto a amar a Erika. Hay un primer acercamiento sexual, malsano, en los baños del conservatorio. Hay un segundo en clase, y está claro que ella es la desequilibrada. Hay un tercero en la habitación sellada de Erika, tras el cual, Klemmer, horrorizado, se marcha jurando no querer saber nada más de ella. Erika no quiere las ternezas de Walter, sino que tiene muy clara su elección; aun así, se ha ilusionado con el guapo jovencito y su marcha le hiere.
Pero Walter Klemmer vuelve. Acusa a Erika de contagiarle su perversidad, porque se ha descubierto a sí mismo borracho masturbándose bajo la ventana de su profesora de piano. Klemmer se comporta como el hombre de la casa: golpea a Erika hasta hacerla sangrar, encierra a la madre, pide un vaso de agua y, finalmente, tumba a Erika sobre el suelo y… ¿Cómo decirlo? ¿Le hace el amor? ¿Se la tira? ¿Qué fórmula describe adecuadamente el acto de poder del biempensante Klemmer? Erika permanece quieta, sometida a una violencia que no ha elegido, obligada a recibir algo que no quiere. Klemmer ejecuta el coito tradicional y, ahora sí, se va. Tras todo el amor, todas las caricias, todas las zalamerías que derrochaba en el primer acto de la película, sólo estaba la firme determinación del cachorro por echar un polvo.
La crítica, dolida y despiadada, de Haneke y Jelinek es un disparo al bello rostro de la moral y las buenas costumbres. Tanta reprobación, parecen decir, a la aberrante relación entre una madre y su anulada hija, tanto escándalo por unas esposas y unas cuchillas. ¿Qué es lo correcto? ¿Qué es lo bueno, lo aceptable, lo sano? ¿Quién lo decide? También el amor romántico es una relación de poder. El poder de sojuzgar, una vez más, a Erika.

3 comentarios:

  1. ...¡por no hablar de la "tensión" sexual madre-hija!

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  2. ¡No me tires de la lengua...!

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  3. No he leído el libro, pero la película me iluminó una visión muy Assayas de Haneke. Me parece impostada y poco autocrítica, pese a todo lo bueno que tiene. El cine debería enseñarnos todo lo que no queremos ver, pero Haneke no se da cuenta de que lo que no queremos ver ya no es violencia gratuita. Es más revolucionario un musical adolescente. Lo mejor es la Huppert, me obsesiona esa mujer.

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