( p a p e r b a c k w r i t e r )

martes, 3 de enero de 2012

Joyitas del año (II): 10+9

Como cada diciembre y enero, aficionados y expertos de todas las disciplinas insisten en hacer una lista de los 10 mejores objetos (películas, canciones, goles, lapsus de políticos) del año transcurrido dentro de cualquier categoría. Suelo resistirme, ya que elaborar un top exige un compromiso que me incomoda. Temo que dentro de quince años, cuando la película hoy de moda resulte ridícula, alguien me recuerde que yo la incluí en una de estas listas, y pretenda que o bien me desdiga o bien defienda lo indefendible. A las listas las carga el diablo, en más de un sentido. Sin embargo, voy a asumir un riesgo mínimo eligiendo mis 10 (o más) canciones del año. De nuevo, canciones de todos los tiempos y géneros; de nuevo un recorrido sentimental. No es una apuesta argumentativa, sino un catálogo de filias de 2011.

10. Ojos verdes (Miguel de Molina, 1937)
Calificarlo de capricho del año sería mentir. Empezó, es cierto, como un detalle kitsch en mi iPod, un recuerdo de España para un julio en Alemania. Luego me propuse (y conseguí) aprenderme la letra de memoria: un detalle kitsch para una fiesta universitaria. "Serrana, pa' un vestío yo te quiero regalar/ me dijiste estás cumplío, no me tiene' que dar ná". He aquí una copla con clase. Tenemos todo el orgulloso desgarro de cualquier diva, que va desde Scarlett O'Hara a Lady Gaga pasando por Miguel de Molina. Trataría de convencer a los escépticos reivindicando cierta interpretación feminista de la letra, pero llevar a cabo la hermenéutica de los versos de no es hacerles justicia. Al igual que en el melodrama, o se aceptan los códigos o no se aceptan. O cantas o no; y yo, canto.



9. Minnie The Moocher (Cab Calloway, 1931)
Boquillas de marfil, tocados de plumas, petaca en el liguero, borsalinos, minúsculas pistolas que provocan desgraciados accidentes. Sí, he visto demasiadas películas de gángsters. La trompeta de la orquesta de Calloway es, dentro de esta imagen, un detalle de autenticidad: lo más tangible de la vaporosa idealización del charlestón. Fue entonces cuando los blancos comenzaron a fijarse en el ritmo infeccioso de la música africana. Mientras los dólares se hinchaban y encogían, mientras el whisky no se compraba pero sí se bebía, el jazz emergía como producto alquímico en antros llenos de humo. Minnie The Moocher es sólo un resto del proceso, y, aunque puede escucharse evocando, románticamente, tiempos difíciles que nunca conoceremos, la música mantiene su frescura intacta: evasión de ayer y de hoy.

8. Periodically Double Or Triple (Yo La Tengo, 2009)
¡Vaya, estamos en el s. XXI! Yo también me sorprendo. La voz aterciopelada de Ira Kaplan (corregidme si me equivoco) se conjuga con un compás marcado, de danza. No es exactamente una canción bailable; diría, que es indescriptible, que es música y no palabras. La música es lo que habla esta vez, y la melodía proporciona el matiz y el ambiente. Son 3 minutos y 58 segundos de baile, o más bien una caricia. El tiempo suficiente para que la canción nos seduzca... ¿El tiempo suficiente para seducir nosotros a la voz de Ira Kaplan? Lo interesante de un baile es el juego de pasos entre dos o más cuerpos, y lo bueno de esta canción es que parece invitarnos a jugar. En fin, no me hagáis caso, y dadle al botón play.

7. Tu nombre me sabe a hierba (Joan Manuel Serrat, 1969)
Fui, lo reconozco, una niña rancia. Concha Piquer me parecía vanidosa; Carlos Cano, vulgar, y Joan Manuel Serrat, un cursi (sólo Sabina me cayó en gracia desde el principio, creo que por una canción muy simpática sobre pisar el acelerador). Doce años después, durante un silencioso verano en La Mancha, entendí todo. Y es que sí, si por emocionante entendemos cursi, Serrat será cursi: un cursi por supervivencia. Hoy lo describiré como honesto. Las letras de Serrat tienen la extraña cualidad de ser bellas y parecer sinceras, de ser perfectas y parecer imperfectas, normales; a veces, de parecer tristes y ser alegres. Creo que para entender a Serrat hace falta saber disfrutar de la vida. Y eso no está al alcance de los niños rancios.

6. The Night Before (The Beatles, 1965)
Cuantas más veces se escuche Help!, mejor es. Milagros de los Fab Four. The Night Before puede ser un rompepistas en una reunión universitaria, pero tiene una madurez que ya quisieran para sí temas más ambiciosos. La letra es sencilla y trata un asunto dolorosamente simple: el chico que nos hizo caso el sábado pasado nos ignora en la fiesta de hoy. No sé quien sería la musa que inspiró la canción, pero no parece haber pasado a la posteridad. Del mismo modo, después de bailar con Paul McCartney, olvidamos al chico de la última fiesta. Encontraremos a alguno con el flequillo más molón o la americana más bonita o un movimiento más elegante. Y si no, pues hemos escuchado a los Beatles, y eso es un quitapenas universal.

5. Obertura a Tristan und Isolde (Richard Wagner, 1865)
Si algo tienen en común las diez piezas del top es su capacidad para hacerme oír lo que yo no consigo verbalizar. Este hiato, que trato de salvar con estas líneas, es especialmente insalvable con Wagner. Y no por casualidad. Nietzsche y Wagner, cada uno en su esquina del ring, diagnosticaron las taras del arte occidental, tan lógico y decadente como demostró la novela decimonónica. Tristan und Isolde fue concebida como el arte total, la reunión de lo apolíneo y lo dionisiaco después del milenario triunfo de Apolo, tan lógico y tan decadente en comparación con el vital y rítmico Dionisos. No es casualidad que el danés Lars von Trier haya escogido, en medio de su visceral depresión, esta música como banda sonora del fin del mundo. Lars von Trier lleva más de veinte años huyendo de la palabra, tratando de purificar el cine, porque él también cree que Occidente lleva enfermo dos milenios y que como no sabemos vivir nos matará Melancolía. Él también quiere el arte total, empezando esta vez por la belleza ígnea de sus imágenes. Quizá por eso haya vuelto a Wagner, y a Nietzsche, y quizá no esté dispuesto a admitir esto cuando el fin de mundo se cierne sobre nosotros. Porque de lo que no se puede hablar, es mejor callar.

4. Don't Bring Me Down (Electric Light Orchestra, 1979)
Ahora sí, señores, salgan, levanten los brazos, meneen la cabeza, agiten las caderas. ¿Belleza? ¿Verdad? ¿Bien? ¿De qué me hablas? Es 1979 y no importa nada, como al terminar una época de exámenes, para entendernos. Somos jóvenes, hay tiempo de sobra. Hablaba de evasión en el #9, y esta canción de la Electric Light Orchestra (que había sabido ser mucho más trascendente) es la evasión hecha oficio. La fiesta como profesión. Es un hit impecable, definitivo, una canción que lleva a la discoteca al abstemio y al resacoso, una canción que puedan bailar la atleta y el colocado. Cada vez que suena, la realidad entra en un paréntesis, como en el número de un musical; nuestro comportamiento cambia y como mínimo tenemos que llevar el ritmo con el pie, si es que es imposible desmelenarse más. Y así funciona la cosa, treinta años después: adiós contexto histórico, adiós explicación musical. Puro hedonismo.

3. Temptation (New Order, 1982)
Tres años más tarde, todo era más intrascendente... Si cabe. Las sustancias psicoactivas fluyeron de boca a boca, de boca a oreja, de mano en mano, y supongo que todos bailaban balanceándose con languidez. Pero ya nadie se creía nada salvo el placer y la tentación. En los setenta, dicen algunos, se quería cambiar el mundo; en cambio, no me imagino a nadie hablando en La Hacienda de Manchester. Cada vez resulta más vacuo hablar y más útil bailar. La cuestión ha pasado a ser oh you've got blue eyes, oh you've got green eyes, oh you've got grey eyes, una mera descripción, puesto que el color de ojos no supone mucha diferencia para que éstos nos tienten. Ah, la tentación, la hipnótica tentación. Si algo nos tienta, nos fascina; nos obsesiona. Desde hace un mes, escucho todos los días New Order, sobria, delante del ordenador: tal es su poder. A veces me pregunto qué oigo en ellos, yo, que nací después del SIDA y Margaret Thatcher. Como no lo he averiguado, se merece un honroso #3.

2. Gorgeous (Kanye West, 2010)
Segundo viaje temporal al presente. Una canción del s. XXI que no se enmarca en ningún revival. Hace honor al título del CD, My Beautiful Dark Twisted Fantasy, cumpliendo con los tres adjetivos. Es bella, oscura y retorcida, y de manera adulta, agradablemente adulta. Los acordes encajan sin alharacas, con naturalidad, como si estas melodías turbias fueran normales. Diría que lo son. My Beautiful Dark Twisted Fantasy maravilla porque descubrimos que su fantasía también es la nuestra. He descubierto que me gusta el hip-hop, o lo que quiera que sea esto compuesto entre porno y cocaína. Descubrirse a uno mismo oscuro y retorcido, o escuchar melodías turbias sin bajar el volumen, son signos de joven adulto responsable. Las letras de West evitan, tercas ellas, el eufemismo; de manera análoga, hay que reconocer la sabiduría y el talento donde lo hay. Dejaos llevar. Esto es hermoso y maldito, esto es música, y el mundo del que habla esta canción existe por mucho que llevemos años sin mirarlo.

1. Try (Just A Little Bit Harder) (Janis Joplin, 1969)
Oro para Janis. No sé por dónde empezar. Siento una debilidad innata por el blues. Joplin añade deseo y resta resignación. Su música resulta un aullido expresivo, a diferencia del carácter ambiental de músicas más antiguas. Es ella, la persona Janis, la que se está rompiendo en cada nota. El misterio es cómo consigue respetar tanto la música cuando su interpretación se debe a ella; imagino que eso es instinto musical, "llevarlo en la sangre", esas cosas que les pasan a algunos. Es un misterio, por otra parte, por qué si la que se desgarra es ella me duele a mí la garganta. Cierro los ojos y asiento. Dice cosas tan fáciles, "inténtalo otra vez", que sólo tienen sentido en su voz... Me desgañito, y así encuentro el sentido otra vez. Just a little bit harder, sólo un poco más. Y es verdad. Ella, en su arrojo, no puede decir más que la verdad, no puede hacer más que cantar. Sabe que aunque esté haciendo el amor a 25 000 personas se volverá sola a casa, y sabe que justo por eso tiene sentido cantar y rasgar brevemente el telón que separa artista de público. Es el artista, ella, la que puede atravesar la brecha y hacer que el clímax musical colectivo sea más verdadero que el silencio, o la orgía más verdadera que la soledad, durante un instante. Aunque sea difícil pensarlo, sólo vale la pena intentar hacerlo. No sé si me explico.

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