( p a p e r b a c k w r i t e r )

jueves, 28 de octubre de 2010

De hombres y héroes

Han sido unas largas vacaciones de dos meses. Han sido dos meses de mudanza, y digo "de mudanza" a sabiendas de que no ha sido lo único que ha sucedido ni es algo con lo que haya acabado: en realidad viajé tres semanas a Edimburgo y empecé después a mudarme. Dos meses de silencio por causas opuestas, pues si en las últimas semanas he aprendido a distinguir entre más de cinco productos de limpieza, en Escocia me propuse no dejar calle que recorrer, obra de teatro que ver, café que probar.
En agosto, Edimburgo es una ciudad efervescente, cuyas torres góticas se elevan contra el cielo gris con el mismo entusiasmo, el mismo vigor de los jóvenes actores sobre el escenario. Las calles desbordan ruido y gente, y en cada esquina surge una función: cualquiera puede ser actor o espectador, cada figura compone una escena. En agosto, ir al teatro en Edimburgo es vivir Edimburgo, ni más ni menos, y vivir en Edimburgo es ir al teatro. No sólo Royal Mile se convierte en un gigantesco escenario; también cada pub y cada café se transforman en camerinos o salas de prensa. Me dejé encantar por todos esos cuerpos leves que no se desplazan si no es con un libro bajo el brazo y, como ellos, me sentaba junto a un té a escribir en mi cuaderno. Yo también fui parte del festival, una chica más con una libreta.
Y, entre otros lugares, quise escribir en The Elephant House, claro. Hubiera querido escribir allí como (dicen) lo hizo J. K. Rowling; yo, llevada por el fetichismo, hice lo imposible para sentarme. Estaba atestado de turistas japoneses y permanecí allí los 20 minutos que tardé en beber el chocolate.
Quiero imaginar que el ambiente era distinto cuando Rowling se sentaba allí y se le pasaba la tarde entre tazas de café, tranquilizar a los niños y pelear con la novela épica que se le había colado en la cabeza. Ignoro si, como ella asegura, imaginó los siete libros desde el principio; lo cierto es que ya en la primera página hay elementos clásicos y característicos del mito que luego será confirmado y consumado a lo largo de la saga. Harry Potter es, por supuesto, un héroe: oscuros orígenes, una marca o estigma (la cicatriz) que le diferencia y aparta del resto de los hombres. Como los verdaderos héroes, lo es porque ese es su destino, aunque quizá Harry Potter sea especialmente inconsciente de este aspecto de su existencia. Si tanto los héroes románticos como los trágicos - a los que, en último término, se remiten todos los héroes - cumplen con su destino, para Harry Potter la fatalidad es tan potente que el héroe resulta en ocasiones pusilánime. Por eso, y por llevar la contraria, supongo, a llegarme la adolescencia me pasé al lado de los antagonistas: Draco Malfoy, quien en el libro sexto es sometido a una verdadera prueba de valor; Fëanor, que en El Silmarillion osa desafiar a los Valar, o directamente perdedores como Philip Marlowe o Rieux, en La peste. Personajes que dudan, que eligen. Sin duda, de haber seguido Dragonball, me hubiera quedado con Vegeta.
En esta actitud tan escéptica respecto al Héroe con mayúsculas comencé a leer la revisión de la Iliada realizada por Alessandro Baricco. ¿Querías héroes? Aquiles, Héctor, Ulises, Agamenón, Menelao, Diomedes, Sarpedón, Patroclo. ¿Querías pruebas? La guerra. ¿Querías destino? La muerte. Sin embargo, las desventuras de estos héroes me fascinaron de nuevo. Leí (¿o tal vez escuché?) Homero, Ilíada con admiración, congoja y simpatía, no con la mezcla de indiferencia y decepción que me provocan los Harry Potter o Frodo o incluso, en menor medida, los héroes románticos encerrados en su laberinto. Suelo escoger, entre todos los personajes de un relato, a un favorito, y entre todos los guerreros aqueos o troyanos no sé a cuál de ellos preferir. El orgullo de Aquiles. La sagacidad de Ulises, el arrojo de Menelao, el temple de Héctor.
¿Qué separa a los héroes griegos de los de la novela fantástica? Probablemente, dos mil años de cristianismo que han degradado la pugna por Helena de Argos a mero martirologio, esto es, el compromiso con una causa a resignación o sentimiento de culpa. Todos los héroes de Homero saben de la atrocidad que están cometiendo, y lo hacen a plena responsabilidad, sin echar sobre los hombros de los dioses los muertos que han causado. No son sacerdotes de un bien superior. Son, simplemente, hombres que han decidido jugarse la vida. Sí que nombran una causa - ni más ni menos que la justicia -, una causa que existe y por la que, el héroe es consciente, ha de sacrificarse. Pero esto no es una promesa con lo sobrenatural. Esto es la vida misma.
Y es que en la Ilíada, al contrario que en las sagas posteriores, las condiciones de héroe y hombre van juntas. Paris, se lamenta su padre Príamo varias veces, es un niño. Paris, el único raptor de Helena, es incapaz de salir al campo de batalla y asumir así las consecuencias de sus actos. Paris se llevó a Helena porque había hecho un trato con la esposa Afrodita, pero esta excusa nos deja indiferentes a Príamo y a los espectadores de la tragedia. La autoridad divina no alivia la responsabilidad de Paris: es él, me repito, quien se llevó a Helena.
Sin embargo, su indignidad no radica en robarle la esposa a un rey (dejamos a un lado un posible análisis feminista del papel de la interesada en todo este embrollo), sino en desentenderse de la guerra a la que el adulterio ha dado lugar. De comportarse como un hombre casado, defendería a su mujer, familia y patria de los ataques aqueos, pero parece más bien un adolescente que invocara los ardores libidinosos como motivo de su conducta. Paris conserva los privilegios de hijo y marido y rechaza llevar a cabo cualquiera de sus deberes.
Al contrario que Aquiles o Héctor, quienes consuman sus compromisos, que asumen su destino y que precisamente por esa aceptación se convierten en héroes, Paris rehúye su condición de hijo y de marido. Atenazado por el miedo, sus pasos vagan por Troya. Príamo se avergüenza de él, así como Helena. Al ignorar sus obligaciones, Paris no es un verdadero heredero ni un verdadero amante; parece olvidar que fue él el primer actor de la tragedia. Diríase que no actuó nunca, diríase que él nunca se acostó con Helena. Paris preferiría estar sólo de paso... Pero no es así.
No es así. A diferencia de Paris, los héroes saben que su deber es arriesgar la vida, y escogen cumplir con él. Los héroes son héroes porque eligen serlo, como Rieux elige amar o Marlowe elige perder. Escogen el sacrificio por la causa: lo fascinante de un héroe es que es la vida lo que pone en juego. Es un riesgo que nos abruma. Aun así, la fascinación que ejercen sobre nosotros es demasiado brutal como para que sea algo lejano, sobrehumano. Si nos sentimos conmovidos por la valentía del héroe es porque, en nuestro fuero interno, sabemos que la única manera de vivir - de vivir plenamente - es con el mismo arrojo. Mal que nos pese, somos responsables de lo que hacemos y, cosa más inabarcable aún, de lo que somos. No hablo ya de hombres que pelean o de hijos que deshonran a sus padres. Somos y hacemos, y esa interacción simple con el exterior conlleva una responsabilidad que no podemos eludir so pena de vivir en minúsculas, como Paris errante en su patria arrasada.
Seamos sinceros: queremos ser Héctor o Aquiles o Ulises, por mucha humildad que nos hayan predicado (humildad que, dicho sea de paso, domestica e infantiliza). Puesto que es eso lo que de verdad queremos, debemos actuar como ellos, ser como ellos, no acobardarnos ante una muerte que no vamos a evitar. Esta certeza es dolorosa, tanto, que siempre tenemos la tentación de olvidarla, y confundimos consuelo con huida cuando, en realidad, lo que anhelamos es Vivir. Y para ello tenemos que aceptar que somos héroes y hombres.